La ferocidad con la que se enfrentan el kirchnerismo y el grupo Clarín no registra parangón en la historia. Ambos grupos contendientes se tiran con todo lo que pueden, que muchas veces excede a lo que deben o deberían. En la tribuna, la población asiste atónita a esta versión new age de una suerte de circo romano en la que el bando que ostenta el poder político se bate en la arena contra las mejores plumas (devenidas espadas) del imperio mediático.
El denominador común es la audacia. El abuso de la impunidad más allá del llano abuso del poder. Ambos liderazgos exigen adulación sin contrastes a quienes se sirven de sus distintos - aunque no tan distintos - poderes.
Alguien ha escrito que los gobiernos caen cuando los pueblos salen a las calles. La historia confirma la perfección de este juicio. La estructura K. era cuasisansónica hasta que el campo, devenido en Dalila inesperada, le cortó el pelo. El fenómeno social denominado "subirse al carro del vencedor" hizo que centenares de miles de personas que jamás lo hubieran hecho en otra situación, arrimaran su voto a un De Narváez sin mayores méritos que dar bien en t.v. y poner mucha plata. Por supuesto que no hemos de caer en la ingenuidad de creer que eso fue todo.
Eso sí, la gente se larga a opinar y a tomar partido sin conocer el entrelineado de esta batalla tremenda. En la vieja novela de Güiraldes, don Segundo Sombra advertía a su ahijado: "Sos muy cachorro para mear como los perros grandes".
Pero ocurre que en nuestro país nadie quiere ser caniche. Todos parecemos querer creernos mastines.
En lo personal nos produce un dolor inenarrable que personas sumamente inteligentes, educadas y capaces, disimulen los lados oscuros de la conducción del grupo Clarín para no caer de la carroza. Sus ataques al gobierno carecen de la más mínima prudencia.
La libertad de expresión transformada en libertad de presión.
Este domingo, por ejemplo, dicha presión incluyó en la portada del gran diario todo tipo de dicterios contra el poder político, pero ninguna alusión a los arrasadores incendios que se mueven por miles de hectáreas en varias provincias argentinas. Con mucha más inteligencia, el matutino La Nación (a nuestro entender, un enemigo mucho más temible) sí publicaba una fotografía que de sólo verla quemaba, sin por ello mermar en los aguijones.
Así como nos afecta la falta de crítica de los periodistas del grupo Clarín, no menos nos duele el camisetismo ciego de intelectuales enormes agrupados en Carta Abierta. Ellos sostienen que el medio critica lo bueno de Kirchner (más allá de que en lo formal la presidenta sea su esposa, nadie medianamente serio puede hoy poner en duda que la conducción la ejerce el santacruceño). Es cierto que Clarín, y La Nación, y el grupo Perfil, le están dando de hachazos al luengo quebracho que resiste. Pero muchos tajos entran certeros, en donde la propia población percibe flojedad.
El común de la gente se ha cansado de Kirchner. Ya no lo quiere. Y de ello, como del ridículo, no se vuelve.
Es indudable que Carta Abierta conoce esto. Pero por sostener a su amigo recurre al sofisma, y es ese un lujo que no pueden darse intelectuales de tan alto nivel. Más bien concluiremos que a los núcleos duros del kirchnerismo les duele de Clarín la verdad, y no lo que supuestamente "Clarín miente".
En uno de sus últimos desaciertos, Cristina Fernández se comparó con Dorrego. No, señora. Su gobierno nos recuerda más bien a Boves, el urogallo. El español que dirigía un ejército de descastados. Un rico al mando de un montón de pobres. Un exquisito oficial del rey, que le había ofrecido sus servicios a Bolívar y este no lo quiso, y que como represalia organizó una armada Brancaleone con todo aquel que se caía del sistema, y no derrotó al Libertador sólo porque las contingencias de la historia lograron que muriese cuando sus hordas estaban aplastando a las del más grande de los generales criollos.
Vemos a Kirchner ubicado con sus espartanos en las Termópilas. Como en el cómic devenido película "300", está dispuesto a vender cara su derrota. Vale: lo peor que podría pasarnos como país es que los mandos políticos bajaran los brazos y al mejor estilo Minguito dijeran "Sé gual".
Eso sí. Leónidas, el legendario rey de Esparta, resistió en el desfiladero hasta que la muerte se llevó a él y al último de sus colaboradores.
Es poco probable que conducción política alguna en este siglo XXI, ni en la Argentina ni en ninguna parte, sea capaz de semejante sacrificio.
Por Antonio Morgner
para Inforcosta
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