Domingo, 8 de noviembre de 2009 MARTIN AMARILLA CUENTA POR PRIMERA VEZ SU BUSQUEDA Y EL ENCUENTRO CON SU FAMILIA “Nunca di tantos abrazos en mi vida” Tres hermanos, un nombre verdadero, el rostro de la madre, un huracán de descubrimientos y sensaciones. Martín acaba de descubrir quién es y de verse reflejado en los pequeños hábitos y los grandes parecidos de una familia que no sabía que existía hasta hace una semana. Por Alejandra Dandan
Tiene 29 años, el cuerpo huesudo, la barba muy corta. A poco de hablar dice que está nervioso, con los pies fuera de la tierra, que el cuerpo le tiembla como tembló cuando tocó por primera vez un acordeón.
Era uno que le habían prestado y todavía no sabía – faltaban muchos años para que supiera – que era el mismo instrumento que tocaba su madre.
“Cuando lo toqué lo sentí y me temblaron las manos, no sé si lo probaste alguna vez: me gustó el sonido grave, es como tener un piano en medio del pecho, un instrumento que con cada nota que abrís o que cerrás sentís que tiembla todo.”
Hace menos de una semana, desde Abuelas de Plaza de Mayo lo llamaron para contarle su historia. “Recién ahora estoy poniendo los pies sobre la tierra” y de corrido intenta explicarse sin comas, casi sin respiración. “Estoy deslumbrándome, conociéndolos a ellos, conociéndome a mí mismo.”
Son más de las once de la noche. Martín está en una terraza cerca del Congreso y un tumulto de voces se oye de fondo, como un murmullo.
Treinta años atrás, exactamente el 2 de noviembre de 1979, los tres hermanos de Martín llegaban a la casa de sus abuelos en el Chaco después de quince días de cautiverio. Un grupo de tareas del Ejército había secuestrado a sus padres, Marcela Molfino y Guillermo Amarilla, el 17 de octubre, apenas volvieron al país en la contraofensiva de Montoneros.
A Guillermo lo secuestraron en un bar, durante una cita. A Marcela se la llevaron de la casa de San Antonio de Padua donde estaban viviendo. También se llevaron a los tres chicos, a un hermano de Guillermo y sus dos hijos.
Los cinco chicos permanecieron en una casona antigua al cuidado de un grupo de mujeres policía (ver nota aparte). El 2 de noviembre los sacaron de ahí, los subieron a un avión y los depositaron en una provincia que no conocían, al cuidado de una tía.
Nadie supo hasta ahora de la existencia de Martín. El cuarto hermano nació ocho meses después del secuestro. Treinta años después, este 2 de noviembre, la historia volvió a poner las cosas en orden: las Abuelas llamaron a los tres hermanos Amarilla-Molfino y a Martín.
Horas después, se daban el primer abrazo.
“Me pasó algo muy extraño todo este tiempo”, arranca Martín. “Todo el tiempo me quería mudar a San Antonio de Padua, no sabía por qué. Hasta había hablado con una amiga y ella me preguntaba por qué Padua y yo le decía no sé, me gusta Padua.”
–¿Vivís cerca?
–Vivo a media hora, cuarenta minutos. Pero nunca supe por qué quise ir ahí. Y me encuentro todo el tiempo con cosas así, pequeñas cosas que de a poco voy entendiendo que parecen un detalle insignificante, pequeño, pero no son tan así.
¡Me encontré con un montón de primos que se comen los dedos igual que yo! ¡El mismo tipo de comida! Y es la primera vez que me pasa.
–¿Qué es lo que sucede en estos días?
–Estoy viviendo. Eso. Ya pasaron varios días, tengo la sensación de que pasó mucho tiempo, los dos primeros días parecieron 54 meses. ¡No parece que hubiese pasado menos de una semana!
Recién ahora se me están poniendo los pies en la tierra. Estoy bien, es gente muy linda y creo que esto es un momento muy importante para todos, sentí que estuvieron al lado mío, pero también que todavía hay cosas que no entiendo.
–¿Como qué?
–Los gustos musicales de ellos, todavía no los entiendo.
–A vos te gusta la música.
–Sí, y me gusta toda la música, pero soy acordeonista.
–¿Cómo fue que empezaste con eso?
–Yo toco la guitarra desde chiquito, pero un día me compré un acordeón. No sé si vos probaste alguna vez un acordeón: a mí siempre me llamó la atención porque me gustó el sonido. Una vez me prestaron uno y lo sentí: me temblaron las manos, es como tener un piano en medio del pecho, un instrumento que con cada nota que abrís o cerrás sentís que tiembla todo, sentís la vibración de la nota, las notas graves, te hacen vibrar. Todavía estoy aprendiendo, te digo, pero es como que entiendo cuando suena.
–¿Cómo se vive el encuentro con tu familia?
–Estoy todavía tratando de traducir lo que siento, ponerle palabras. Me siento muy protegido, muy cuidado, como que me comprendieron desde el primer momento, porque para las dos partes fue un shock. Yo siento que es una historia que recién estoy empezando a conocer y que ellos ya traían. Ahí se abren preguntas y por ahí en esos momentos es el amor lo que aparece en primer plano.
Cuando los vi, dije: no me separo más de ellos porque ahora, después de todo lo que pasó y después de que intentaron separarnos... Pero con esto no quiero decir nada sobre la persona que yo considero que es mi madre del corazón.
Hacia él sí. Es decir, quizá si yo reconozco un enojo hacia alguien es hacia él, hacia el que me capturó.
Realmente conociendo ahora cómo fue la historia, sé que ella me acogió con todo el amor del mundo y ahora que acabo de charlar con ella, recién estoy disfrutando.
El encuentro
Martín nació el 17 de mayo de 1980 en el Hospital Militar de Campo de Mayo, un edificio del Ejército donde daban a luz las mujeres detenidas en los centros clandestinos.
Quedó en manos de un agente de Inteligencia militar que murió quince años después. Adolescente, empezó a preguntarse por sus orígenes. Los hermanos que acaba de conocer están convencidos de que Martín no necesitó descubrir ningún papel para saber lo que había pasado. Creen que su madre Marcela se lo dijo mil veces durante el embarazo, que le habló a la panza, que él tiene metida en el cuerpo la voz de ella diciéndole de sus hermanos y quién era.
Martín se dio cuenta de que no era hijo de quienes se suponía que era hijo por distintas cosas, pero una fueron las cuentas: la persona que hacía de su madre tenía más de cincuenta años cuando nació.
El buscaba fotos de su embarazo. Dicen que jamás decía a qué se dedicaba su supuesto padre. Que decía que era oficinista. Y que no mostraba las fotos en las que aparecía con el uniforme militar. Apenas entró a su casa por primera vez, la novia imaginó que no era hijo de esa familia. Los hermanos dicen que si ella lo sabía, él también.
Los tres hermanos siguen viviendo en el Chaco. Mauricio tiene 34 años y es alto como Martín. Joaquín, de 32 años, es muy corpulento, e Ignacio, el de 30, es el más parecido a Martín.
Los tres viajaron a Buenos Aires el lunes, iban a volver a Chaco el martes, pero hasta anoche todavía estaban acá.
“Al principio, yo no entendía nada de nada”, sigue Martín. “Era como ver una película en la que yo era el espectador de mi vida; con los días hablé con los hermanos de mi papá y con otra gente y eso me sirvió porque me dijeron que me lo tome despacio, porque uno se acelera y todo parece muy rápido y se da a una velocidad vertiginosa.”
–¿Sabías la historia del país?
–Es shockeante porque parece que el pasado se mezcla con la vida del país. Y yo no sé si tengo un gran conocimiento de la historia, pero sí tengo un conocimiento sobre lo que pasó con los militares y la dictadura y siempre me sensibilizó mucho y eso me llamaba la atención.
Veía películas, leía cuestiones de la dictadura. Me sensibilizaban muchísimo, y me decía: ¿por qué yo no? Pero bueno, fue una decisión que costó tomar, pero no podía no tomarla: no podía pasar por esta vida sin saber la verdad o ejercer más bien la verdad. Y ahora sé que por mis padres, también era algo sanguíneo.
–¿Qué te dijeron de ellos?
–Que eran luchadores y la lucha, bajo las banderas que sean, siempre es por empujar una verdad y a lo mejor viene por ahí la mano. Y desde el amor. Y bueno, yo digo que es todo eso junto.
–¿Es cierto que te alertó tu partida de nacimiento?
–La partida de nacimiento no fue lo que me llamó la atención porque en el documento es donde figura como que soy nacido en Campo de Mayo. Pero no fue eso, en sí.
Sino que fueron impresiones, marcas pequeñas. La historia del país en realidad, en un lugar y en una época donde le sucedió esto a mucha gente. Mucha gente que no lo sabe. La edad de mis padres a la edad de tenerme, la profesión de él. Y fotos que no veía...
–Vos fuiste a Abuelas..
–Yo fui a hacerme los estudios a la Conadi porque sospechaba. Todo los datos cerraban y al poco tiempo me dieron turno para la extracción de sangre, y cuando meses más tarde me dijeron que no, para mí era “no”.
Porque uno en realidad lo que espera es que “no”. ¡Que no sea así! Uno se dice esas cosas. Pero bueno si era así, también estaba bien porque era la verdad. Y yo fui a buscar la verdad.
Dos años después me llamaron, no sé si dos años porque mucha conciencia del tiempo uno no tiene, pero me llamaron.
Fue el viernes pasado, y me dijeron que tenía una entrevista el lunes... Yo me quedé mudo. Fue un llamado que me sorprendió. Porque para mí era un caso cerrado: imaginate, había pasado un tiempo, ahora me enteré de que eran dos años, a mí me parecían menos, pero era tiempo.
–¿Qué pensaste?
–Cuando me llamaron al principio me quedé mudo y no me animé a preguntar para qué. Para más información, me dijeron. Y entonces yo busqué unas fotos que tenía, llevé más información.
Y cuando llegué me atendió Claudia, la hija de Estela de Carlotto, y tuve una sensación que se intuye, que el cuerpo habla por sí mismo. Y yo lo vi en el cuerpo de ella. En ese momento me contó la historia, cómo fue y que estaba mi familia en Abuelas, esperándome. Y la verdad es que me sentí protegido porque en esos momentos necesitás contención, porque tenía miedo.
–¿Miedo?
–Sí, es una sensación animal, como la de los animales cuando sienten miedo viste que salen corriendo, eso. Pero... por suerte no salí corriendo.
Me crucé con otros hijos con la misma experiencia en ese momento que te dicen dos o tres palabras y vos ves que te están entendiendo, todo es raro.
Las Abuelas están cerca y de pronto vos que las veías allá lejos, no sé, las ves como de tu familia, te dicen: “Vestite bien que estás desprolijo”.
–¿Qué te pasó cuando entraron?
–Claudia me llevó con un taxi para Abuelas, yo no entendía nada, era algo muy raro. Hasta ese momento era un lunes común, un lunes más de mi vida y de golpe me estaban diciendo:
“Tenés tres hermanos que te están esperando”. Guauuuu, dije yo. Claudia se reía. Y yo no puedo decir qué pasaba porque siento sensaciones amorfas y cuando llegamos la vi a Estela de Carlotto en la puerta, me miraba y de golpe me estaba esperando a mí y yo me pellizcaba.
Me preguntaba si lo que estaba viviendo no era un accidente, si no estaba teniendo un sueño en terapia intensiva, pensé si no estaba Woody Allen dando vueltas o haciendo una película por ahí cerca. Y bueno la vi a Estela.
Le di una abrazo gigante y di abrazos y abrazos, que nunca di tantos abrazos en toda mi vida.
–¿Tus hermanos?
–Cuando abrí la puerta eran 54 mil personas que vinieron y encima me dijeron: “Y eso que es el diez por ciento”. Pero en el momento te quedás sin aire y cada persona que se me acercaba y me decía “yo soy tal” y “soy amigo de tu padre”.
Y te empiezan a hablar, se te empiezan a mezclar todos los nombres, y de pronto vi a otro hijo o alguien de Abuelas que me dice: quedate tranquilo, porque uno no sabe quién es quién y mi memoria es patética para los nombres.
–¿Con los nombres de tus hermanos pasó lo mismo?
–Con mis hermanos me costó acordarme los nombres... Pero no importa los nombres, no importa nada, es ese abrazo que nace del pecho. No hay manera, no hay nada. Ahí vi realmente, vi gente muy buena.
Tengo la sensación de que es muy buena, no los conozco y es extrañísimo eso, porque son mi familia y no los conozco. ¿Por qué tengo que pasar por todo esto? Y eso me dio una mezcla de emoción, de bronca, de desorientación, de no entender nada. De interrogación, de signos por todos lados.
Pasaron los días y seguía en el aire. No podía dormir la primera noche, la segunda fue como un infiernito. Mi novia fue fundamental, y creo que si no estaba con ella, sobre todo los primeros días, es como que me iba del suelo.
–Era parte de lo poco conocido....
–Las impresiones con mis hermanos son muy extrañas. Me pasaba con el más chico, lo miraba, me quedaba mirándolo, porque nunca vi una persona tan parecida a mí, porque hasta me parecía divertido y se los comentaba. Y mi novia me decía ¡hasta tienen los mismos dientes! Y se reía.
Me contaban cosas y por momentos no escuchás nada, y me doy cuenta de que es como que las tengo olvidadas, por eso te decía lo de estar en una película. En medio de todo. Uno de ellos dijo que no hacía falta el ADN porque reconoció, no bien me vio, las orejas. Y eso fue muy gracioso después de tantas lágrimas y de tanto no entender nada.
Lo primero que hizo Martín ante su familia real fue pedir una foto de la madre. “No sé por qué –dice– pero la que me intrigaba era ella, quería saber qué pasó con ella, cómo era, y bueno, de a poco me estoy enterando y entiendo. No me lo imaginaba, sabía que iba ser una historia así, pero saber cómo era son cuestiones que tienen que ver con preguntas que se hace uno, es tan fuerte, pensar que después de todo lo que habrá vivido pude salir de ahí adentro, me tuvo y se dio todo de una manera tan especial.”
–¿Supiste algo de ella?
–La familia me protege mucho y no me llena de información y eso está bueno. Y ahora estoy queriendo saber los pequeños detalles. Pero mi familia es como que no quiere invadirme, yo me siento aturdido a veces, te cuentan algunas cosas, pero se te empieza a mezclar todo, y yo necesito mis espacios de soledades.
Todo esto no lo tomo con la idea de recuperar algo, sino de empezar algo. Porque yo lo tomo como que ganamos gracias a todos, a la gente que estuvo allí al lado mío, a mi novia, a mis amigos que mañana (por ayer sábado) van a conocer a mis hermanos.
–Dicen que tus hermanos son raros porque son muy unidos.
–Son muy unidos, y también eso fue raro. Si yo hubiese entrado a una familia donde había quilombos a lo mejor no hubiese sido tan fácil, pero los miro y me pone contento. Pero quiero ser también cuidadoso con eso porque es como que ahora te cuentan cosas de ellos, cosas que pasaron juntos, en las que uno no estuvo ahí, me digo: ¡la pucha, pero no estuve! Pude haber estado, y dado una manito. Y eso: te van cayendo las fichas muy de a poco. Pero es lindo, no lo estoy viviendo como algo triste, no. Es lindo tener todo eso, lo feo es estar con los ojos enceguecidos toda la vída, es lindo saber la verdad y convivir con ella y con ellos.
Cuando habla es como que todo el tiempo busca palabras. “Faltan palabras”, dice.
“Y estos son los momentos en los que a uno le gustaría ser poeta ahora y empezar a musiquear.”
FUENTE: http://museocheguevaraargentina.blogspot.com/
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